Objeto de estudio
Para algunos, el nacimiento de la más noble profesión. Para otros, una mala jugada del azar. Alguno lo piensa como el mayor fraude de la historia. Otro lo pregona como el nacimiento de su ciencia más preciada. Jamás nos pondremos de acuerdo.
Lo que seguro sabemos, es que hace diez mil años comenzaba una transición fundamental: dejábamos de andar por ahí buscando higueras, probando hongos, persiguiendo insectos y cazando carneros salvajes para darnos a la tarea de domesticar unas pocas especies de animales y plantas en asentamientos más estables. Nacía quizás, una de esas características que le ha dado a nuestra especie rendimientos marginales crecientes: la capacidad de pensar a largo plazo.
Hace diez mil años abandonábamos nuestro andar constante para sembrar las primeras semillas, acorralar a la primera cabra, pensar en un lugar como un único hogar, al menos por una temporada de cosecha. Hace diez mil años nacía la agricultura. Si pensamos en nuestros al menos 200.000 años de evolución como Homo Sapiens Sapiens, la realidad es que somos agricultores hace muy poco. Hay quienes piensan que la salud humana se hubiese visto beneficiada de que aquel proceso nunca se hubiese materializado. No lo sabemos. Sabemos que la revolución agrícola ha cambiado profundamente nuestras interacciones sociales y ayudado sin dudas al desarrollo del arte, de la filosofía y de cualquier otra forma de pensamiento que nace de no correr.
Incluso sabemos que la agricultura surgió de forma independiente en diferentes civilizaciones del mundo: no es que haya habido una revolución exportada a todo el mundo, sino que los pueblos de América Central domesticaron el maíz y los de Oriente Próximo los guisantes, por ejemplo, sin conocerse en absoluto. Cuando esto sucede en la historia de una especie, significa que es sumamente adaptativo para ésta. Adaptativo significa que este modo de vida hace que sobrevivan y se reproduzcan más personas, cuestiones de calidad de vida quedarán para otra discusión. En fin, después del surgimiento de algunos focos iniciales, llegábamos al siglo I a.C. con la mayoría de las personas en gran parte del mundo siendo agricultores. (Para leer más sobre esta bella historia te recomendamos el libro de Y. Harari: De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad).
Pero hay algo más que sabemos y que nos incomoda un poco. Que hemos encontrado la manera, de extraer cada vez más recursos del suelo, de forma cada vez más efectiva y rendidora, pero de que hasta ahora no hemos sido demasiado eficientes devolviéndolos, tomando así nuestro experimento un camino estrictamente degenerativo, que toma la forma de algunos puntos como los siguientes…
1- La agricultura no parece haber dado, ni una mejor dieta, ni una seguridad económica, ni una vida más satisfactoria al cazador – recolector.
2- La agricultura no parece haber dado, ni una mejor dieta, ni una seguridad económica, ni una vida más satisfactoria al cazador – recolector. Los suelos, nuestros principales sumideros de carbono y de microorganismos, se encuentran cada vez más desabastecidos de nutrientes, con menor biodiversidad, menor capacidad de retención hídrica y menor capacidad de captación de dióxido de carbono.
3- Tenemos una sociedad que no conoce en absoluto el trabajo del agricultor.
4- Nos encontramos con un agricultor desmotivado, desmoralizado y abatido por su falta de solvencia económica y la monotonía de su trabajo.
5- Y por último (bueno, por poner un límite arbitrario a esta lista) el advenimiento de la hiper-especialización ha llevado a que todos nuestros campos de conocimiento hagan estudios muy específicos sobre piezas muy pequeñas de este problema complejo, llevando a intervenciones impresionantes sin tener en cuenta la afectación de otras caras del prisma, llevando así a una bola que se mueve cada vez más rápido pero en direcciones imposibles de controlar. O sea, más degeneración.
Cada uno de nosotros se enfrenta a pequeñas piezas de un rompecabezas gigante que cada vez parece ser más difícil de resolver. Necesitamos frenar para actuar con consciencia. Todos parecemos tener respuestas diferentes en cuanto a qué hacer frente a estas evidencias. Nosotros tampoco tenemos la respuesta. No sabemos qué hacer. Pero no podemos quedarnos quietos. Porque la agricultura es una actividad que nos atraviesa a todos, metiéndose por todos los rincones de nuestra existencia. Aquel niño comiendo una galleta sin haber pisado jamás el pasto o haber visto una granja está, sin saberlo, en profunda interacción con ella. Desde Diez Mil años nos propusimos reunir con los mejores recursos que tenemos a productores, campesinos, sabios, científicos, aprendices y profesionales para generar debates fructíferos y potenciar aprendizajes para diseñar el sistema de agricultura permanente y ecológica que pide a gritos ser estimulado. Tomamos el desafío de cambiar el paradigma. A veces nos mareamos, a veces tenemos insights y a veces el trabajo duro nos da algunas respuestas, pero sobre todo muchas, pero muchas más preguntas. Y es que repensar el sistema productivo no es tarea sencilla, sobre todo cuando se intenta nuclear a una sociedad que tiene una profunda desconexión con su alimento, que genera activismo sensacionalista desde sus pantallas y que defiende o juzga causas y experiencias sin interiorizarse realmente.
La revolución agrícola probablemente trajo consigo esta sensación que siempre solemos tener como humanidad cuando descubrimos algo que consideramos “progreso”: que habíamos descubierto los secretos de la naturaleza y que podríamos usarlos para nuestra soñada prosperidad, pero hemos ido dándonos cuenta de que pretender entender en unos cuantos años sus circuitos de autorregulación forjados a fuerza de millones de años de evolución sin cometer errores, es una auténtica soberbia. |
El objetivo es despojarnos de nuestro ego y transformar la agricultura como sistema de interacción social, generando vías hacia la prosperidad para los agricultores, alimentos más sanos, suelos más fértiles y ecosistemas más biodiversos. No proponemos desestructurar la civilización, ni pensarnos en estructuras sociales más pequeñas, ni realizar un golpe de estado al sistema. Proponemos algo mucho más simple que eso: Generar el mejor espacio de diálogo posible para identificar las oportunidades disponibles y repensar el sistema productivo para los próximos 10.000 años. Como especie, contamos con el principio atemporal de la observación de la naturaleza como guía. Nunca antes la humanidad se encontró tan abiertamente conectada y tan conjuntamente enfrentada a cambios económicos, ecológicos y sociales de esta magnitud.